Google This is a digital copy of a book that was prcscrvod for gcncrations on library shclvcs bcforc it was carcfully scannod by Google as parí of a projcct to make the world's books discoverablc onlinc. It has survived long enough for the copyright to expire and the book to enter the public domain. A public domain book is one that was never subject to copyright or whose legal copyright term has expired. Whether a book is in the public domain may vary country to country. Public domain books are our gateways to the past, representing a wealth of history, culture and knowledge that's often difficult to discover. Marks, notations and other maiginalia present in the original volume will appear in this file - a reminder of this book's long journcy from the publisher to a library and finally to you. Usage guidelines Google is proud to partner with libraries to digitize public domain materials and make them widely accessible. Public domain books belong to the public and we are merely their custodians. Nevertheless, this work is expensive, so in order to keep providing this resource, we have taken steps to prcvcnt abuse by commercial parties, including placing lechnical restrictions on automated querying. We also ask that you: + Make non-commercial use of the files We designed Google Book Search for use by individuáis, and we request that you use these files for personal, non-commercial purposes. + Refrainfivm automated querying Do nol send automated queries of any sort to Google's system: If you are conducting research on machine translation, optical character recognition or other áreas where access to a laige amount of text is helpful, picase contact us. We encouragc the use of public domain materials for these purposes and may be able to help. + Maintain attributionTht GoogXt "watermark" you see on each file is essential for informingpcoplcabout this projcct and hclping them find additional materials through Google Book Search. Please do not remove it. + Keep it legal Whatever your use, remember that you are lesponsible for ensuring that what you are doing is legal. Do not assume that just because we believe a book is in the public domain for users in the United States, that the work is also in the public domain for users in other countries. Whether a book is still in copyright varies from country to country, and we can'l offer guidance on whether any specific use of any specific book is allowed. Please do not assume that a book's appearance in Google Book Search means it can be used in any manner anywhere in the world. Copyright infringement liabili^ can be quite severe. About Google Book Search Google's mission is to organizc the world's information and to make it univcrsally accessible and uscful. Google Book Search hclps rcadcrs discover the world's books while hclping authors and publishers rcach ncw audicnccs. You can search through the full icxi of this book on the web at |http: //books. google .com/l Google Acerca de este libro Esta es una copia digital de un libro que, durante generaciones, se ha conservado en las estanterías de una biblioteca, hasta que Google ha decidido cscancarlo como parte de un proyecto que pretende que sea posible descubrir en línea libros de todo el mundo. Ha sobrevivido tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público. El que un libro sea de dominio público significa que nunca ha estado protegido por derechos de autor, o bien que el período legal de estos derechos ya ha expirado. Es posible que una misma obra sea de dominio público en unos países y, sin embaigo, no lo sea en otros. Los libros de dominio público son nuestras puertas hacia el pasado, suponen un patrimonio histórico, cultural y de conocimientos que, a menudo, resulta difícil de descubrir. Todas las anotaciones, marcas y otras señales en los márgenes que estén presentes en el volumen original aparecerán también en este archivo como tesümonio del laigo viaje que el libro ha recorrido desde el editor hasta la biblioteca y, finalmente, hasta usted. Normas de uso Google se enorgullece de poder colaborar con distintas bibliotecas para digitalizar los materiales de dominio público a fin de hacerlos accesibles a todo el mundo. Los libros de dominio público son patrimonio de todos, nosotros somos sus humildes guardianes. No obstante, se trata de un trabajo caro. Por este motivo, y para poder ofrecer este recurso, hemos tomado medidas para evitar que se produzca un abuso por parte de terceros con fines comerciales, y hemos incluido restricciones técnicas sobre las solicitudes automatizadas. Asimismo, le pedimos que: + Haga un uso exclusivamente no comercial de estos archivos Hemos diseñado la Búsqueda de libros de Google para el uso de particulares: como tal, le pedimos que utilice estos archivos con fines personales, y no comerciales. + No envíe solicitudes automatizadas Por favor, no envíe solicitudes automatizadas de ningún tipo al sistema de Google. Si está llevando a cabo una investigación sobre traducción automática, reconocimiento óptico de caracteres u otros campos para los que resulte útil disfrutar de acceso a una gran cantidad de texto, por favor, envíenos un mensaje. Fomentamos el uso de materiales de dominio público con estos propósitos y seguro que podremos ayudarle. + Conserve la atribución La filigrana de Google que verá en todos los archivos es fundamental para informar a los usuarios sobre este proyecto y ayudarles a encontrar materiales adicionales en la Búsqueda de libros de Google. Por favor, no la elimine. + Manténgase siempre dentro de la legalidad Sea cual sea el uso que haga de estos materiales, recuerde que es responsable de asegurarse de que todo lo que hace es legal. No dé por sentado que, por el hecho de que una obra se considere de dominio público para los usuarios de los Estados Unidos, lo será también para los usuarios de otros países. La l^islación sobre derechos de autor varía de un país a otro, y no podemos facilitar información sobre si está permitido un uso específico de algún libro. Por favor, no suponga que la aparición de un libro en nuestro programa significa que se puede utilizar de igual manera en todo el mundo. La responsabilidad ante la infracción de los derechos de autor puede ser muy grave. Acerca de la Búsqueda de libros de Google El objetivo de Google consiste en organizar información procedente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal. El programa de Búsqueda de libros de Google ayuda a los lectores a descubrir los libros de todo el mundo a la vez que ayuda a autores y editores a llegar a nuevas audiencias. Podrá realizar búsquedas en el texto completo de este libro en la web, en la página |http : / /books . google . com| i |! > iT MEMOKIA 80BRK ^[L DE MADERIiS El FILI D POR D. RAMÓN JORDAMA Y MORERA Inspector general del Cuerpo de Montesj Jefe que ha »ldo de la Ingpecclén greneral de] ramo en las islas Filipinas. PBEIIADi ER LA EXPOSICIAR COLOiMNA DE CHICAN DE 1093 MADRID Gampomancs, 8.— Ttléftlit S.07I. i 1894 ' \ 1í/L:E2sjSLOTíXJíl. SOBRIÍ EL COMERCIO DE MADERAS EN FILIPINAS — 6 — Siendo el Archipiélago filipino abundante en ríos caudalososi ni aun la explotación de los grandes lugares del interior de las Islas so- ría costoso y diflciJ, á contar con una población más densa y, por tanto, con suficientes brazos para el trabajo. Faltando estos últimos, pues si se exceptúan algunas comarcas del centro de Luzón, sólo en las costas es donde hay pueblos crisianos, hallándose la parte interior completamente inculta y ocupada únicamente por rancherías de igo- rrotes, tomando esta palabra en su acepción general , ó por tribus de salvajes independientes y á veces de sanguinarios instintos, imposi- ble es pensar todavía en la explotación de muchos montes y en espe - cial de los vastisimos que cubren las cordilleras de la parte central de la isla de Luzón y los territorios del interior de Mindanao. Quedan, sin embargo, en disposición de ser explotadas sin dificultades insu- perables, las inmensas riquezas que encierran los bosques de las re- giones baja y viedia, ó sea las que se extienden desde las playas hasta 200 metros de altura sobre el nivel del mar v desde esto último limite hasta los 1. 000 metros de altitud. En la primera, las especies ar- bóreas dominantes bon el y acal, el guijo, el mangachapuy^ el apitón, el mayapis, el malaanonan, el panao y otras no menos excelentes, siendo el vuelo de tan extraordinaria heterogeneidad, que está for- mado por plantas leñosas pertenecientes á cuarenta y tres familias naturales, sin contar más que las correspondientes á los grupos que los botánicos denominan dicotiledóneas v monocotiledóneas. En cuanto á la segunda región, ó sea la que se extiende desde los 200 á los l.OOO metros de altitud, no sólo contiene muchas de las especies maderables de la región baja, sino también casi todas las demás que forman el largo catálogo de las maderas de construcción de Filipinas, puesto que en la región Inmediata superior ó montana inferior, de imposible aprovechamiento hoy por hoy, la vegetación arbórea domi- nante y aplicable á construcción es ya mucho menos variada^ estando reducida principalmente á extensos montes de pinos, robles y otras plantas similares que, aun cuando están formados por especies dis- tintas de las de los mismos géneros propias de Europa, Asia y Amé- rica, se presentan en masas vastas y uniformes, compuestas de una sola ó de un corto número de especies afines del mismo género y do individuos con tronco más tortuoso, menos limpio y copa más achapa- rrada que los árboles propios de las regiones inferiores, resultando que en la que nos ocupa la vegetación va perdiendo algo de su carác- ter tropical, recordando al observador el tipo y la fisonomía de los bosques europeos. Tal sucede, por ejemplo, en toda la extensa cordi- llera del Caraballo Sur. De lo expuesto se deduce que la despoblación interior y el estado de atraso del pais impiden por ahora que pueda intentarse la extrac- ción de los tesoros forestales que aquél encierra en lo más recón- dito de su seno; pero que no por eso deja de ser vastísimo el campo que á la explotación forestal ofrece el Archipiélago, puesto que entre los montes susceptibles de fácil aprovechamiento figuran los de las provincias de Nueva Ecija, Tarlac, Zambales, Pangasinan, Bataan, Laguna, Tajabas, Camarines Norte, Albay, Masbate, Tablas, Min- doro, Negros, Capiz, Surigao y algunas otras, de donde salen al pre- sente la mayor parte de los cargamentos que llegan á Manila y mu- chos de los que son conducidos i\ China. Veamos ahora cuáles son los procedimientos que actualmente se observan en la explotación de los montes filipinos. Las personas que se dedican al comercio de maderas tienen en los pueblos en cuya jurisdicción radican los montes, acopladores, con los cuales hacen sus contratos para el suministro de las piezas que han de constituir los cargamentos. Los acopladores se entienden á su vez con los cabecillas de cortas j que son los jefes de los hacheros^ arras- tradores y balseros, pagando á dichos cabecillas el precio por cada ^lezsL puesta en parada que señala la tarifa admitida en la localidad, con un aumento que en épocas normales suele llegar á un 50 por 100. Los cabecillas distribuyen lo percibido por cada pieza en dos mitades, dando la una al hachero y repartiendo la otra entre los arrastradores y balseros, y reservan para sí el tanto por ciento mayor ó menor so- bro el precio de tarifa. Si los carabaos con que se verifica el arrastre do las maderas son del cabecilla, éste descuenta á los arrastradores el valor del trabajo de aquellos animales. Los acopladores suelen ser Cabezas de barangay, Tenientes de justicia ó Gobernadorcillos de los pueblos inmediatos á los montes, y reciben del maderero, con el cual han contratado el suministro do maderas, una cierta cantidad ade- lantada. Si los cabecillas, hacheros, arrastradores y balseros son in- dividuos de su cabecería, suelen exigirles que les paguen en maderas el tributo que deben satisfacer al Estado, y que ellos por razón de su cargo público están obligados á recaudar. El pago se verifica en es- pecie, esto es, en maderas, realizando siempre el acoplador una ga- nancia grande, pues casi siempre suele recibir maderas por cuatro ó más veces el valor del tributo. Por otra parte, empleando el acopla- dor como operarios á los individuoj> de su cabecería, consigue tener- los á la vista y que no se escapen, no sólo sin cumplir sus compromi- sos, sino también sin pagar el tributo, de que el Cabeza de barangay es responsable ante la Administración pública. Cuando los cabecillas y operarios son buscados al acaso, suelen desertar después de tomado el dinero, pues recibiendo éste, á veces, de dos ó más acopladores, st'lo entregan las maderas al último que les pagó. Otros madereros prescinden de los acopladores y cabecillas, en* — 8 — teudiéudose directamente con los haclicros, arrastradorcs y balseros, á quienes anticipan el dinero para los primeros trabajos. Este anti- cipo suele verificarse en especie, ó sea en ropas y comestibles, cuyo precio recargan en un 50 por 100 á fin de aminorar las pérdidas que puedan experimentar por falta de completo reembolso, caso muy fre- cuente cuando con los indígenas se trata. Para vigilar á los operarios y evitar que se escapen con los efectos recibidos sin cumplir su com- promiso, se valen los madereros de algunos individuos de conducta sospechosa ó reconocidamente mala, pero que gozan de prestigio é infunden temor en la localidad por sus fechorías. Estos vigilantes, remunerados con más largueza que los hacheros, persiguen A los de- sertores, sin que haya para ellos sitio lejano, oculto ó inaccesible que les impida la captura de aquéllos, cosa que casi siempre logran con el auxilio del espionaje de sus conocidos. Hay también madereros que sin ajuste previo con los hacheros se limitan á comprar las piezas que les son ofrecidas en los puntos de embarque, al precio que se estipula en cada caso, sin hacer anticipo alguno; pero este medio es el menos á propósito para formar pronto los cargamentos y obtener las piezas más baratas, por lo cual es tam- bién el menos usado. En las tarifas establecidas en aquellas localidades en que ordina- riamente se ejecutan las cortas, los precios de las piezas están se- ñalados según la clase de madera, desde unas dimensiones de tipo mínimo, y van aumentando á medida que también aumentan las di- mensiones. Las operaciones necesarias para formar un cargamento de made- ras en la provincia de Tayabas y demás en que hay puertos desde donde pueden ser conducidas en barcos á Manila, son cuatro: 1 .* Corta y labra. 2.'* Arrastre hasta el punto de embalse de algún rio. S.^ Em- balse y conducción hasta el punto de parada. Y 4.* Otro embalse idéntico al anterior en cascos ó balsas hasta el costado del buque. El sistema empleado en las cortas es el de entresaca irregular, para lo cual el cabecilla ó los hacheros van recorriendo el monte y escogiendo los árboles de las clases y dimensiones convenientes. En esta elección no guardan orden alguno, ocupando grandes extensio- nes de bosque, sin tener en cuenta los mayores inconvenienlres que para la extracción de las piezas ha de ofrecer el que se saquen de sitios muy apartados unos de otros, circunstancia qie da muchas veces lugar á que, por dificultades de extracción que no supieron prever, tengan que quedar abandonadas magnificas piezas, después de estar ya cortado el árbol y hecha la primera labra. En el aprove- chamiento de la madera de cada árbol tampoco son cuidadosos, pues si, por ejemplo, necesitan piezas de 10 metros de largo, calculan an- — ü - tes del apeo por dónde han do dar los cortes para obtener dicha lon- gitud, dejando la mejor parte de la madera en el tocón, que queda de una altura considerable, y despreciando además la porción supe- rior. También es de notar que el indígena no conoce ó no practica el corte de la manera que lo efectúan los haclieros de la Península, con el fin de que el Árbol caiga hacia el lado que se quiera, con lo cual los destrozos que en los Arboles y repoblado inmediato causa son de mucha más consideración. Los útiles que los hacheros de Filipinas emplean para el apeo, primera labra y arrastre de los árboles, son: el hacha, el holoc ó itac^ el pacang, los bejucoa, cable:,ü8 en la boca y 0»«,02 de grueso cerca del ojo. La de Visaras afecta una forma parecida y tiene casi las mismas dimensiones, pero carece de ojo. En el sitio en que de- biera hallarse éste, empieza á adelgazar hasta concluir en una es- pecie de clavo que entra en un agujero que el astil lleva cerca de uno de sus extremos. Esta rara manera de sujetar el hacha se usa principalmente en Iloilo, Capiz, Antique, Cebú y Leyte, ofreciendo, como se comprende fácilmente, grandes desventajas, pues á pesar de la estrechez del agujero en que penetra el cotillo y de que la ma- dera de que se hace el astil es fuerte y de fibras retorcidas, se in- utilizan los astiles con suma frecuencia, y el efecto útil del instru- mento es menor que en las hachas ordinarias. El holoc ó itac tagalo, llamado en Visayas otac y binangon^ es un machete de 0>n,30 de largo por 0»n,08 de ancho en el extremo opuesto al mango y 0>«,0l de grueso en el dorso del filo. Si bien se emplea en el apeo de árboles jóvenes, se destina principalmente al corte de enredaderas y malezas y á chapodar, sustituyendo al podón de mano. El pacang es un palo del tamaño y forma de las mazas, con el cual se verifica el dcscortezaniiento si el tronco es delgado y con- serva la savia. Los bejucos se emplean en la construcción de los andamios que con frecuencia es necesario formar para poder cortar los árboles por encima del arranque de las raíces, pues éstas parten á veces desde una altura de tres y más metros sobre la superficie del suelo. Los cables y aparejos están destinados al arrastre, siempre que este se verifique A brazo en lugar de emplear carabaos, y aun em- pleando estos últimos si los pasos son difíciles. Los polines y polancas se aplican A usos que por lo conocidos no es preciso detallar. Una vez apeado el árbol, proceden los hacheros A la media labra. Para esto, sin descortezarlo, tiran los trazos, separando los cuatro - 10 - seg;mentos resultantes por medio do secciones horizontales, y des- prendiendo después con el hacha los espacios que resultan entre ellos. £n el extremo de la pieza correspondiente al raigal practican uno ó dos agujeros, por donde hacen pasar los bejucos que des- pués la arrastran. Otras veces forman una muesca alrededor de la pieza con el propio objeto. Los pares de armaduras se obtienen en la provincia de Bulacan rajando las piezas descortezadas y medio labradas con cuñas de madera, hasta dividirlas en tantos pares como pueden salir de la pieza. En Visayas obtienen las piezas de escasas di- mensiones desbastando con el hacha Arboles poco corpulentos, con lo cual hay gr«an pérdida de materia y se destroza mucho arbolado joven. Los arrastres se hacen ordinariamente con carabaos, pero los ac- cidentes del terreno son A veces tales que obligan á hacerlos A brazo. Cuando so trata de una pieza muy grande, atar\ A ésta uua fuerte maroma de bejuco y A ella van enganchados los carabaos, paro no en una sola fila 6 apareados, sino alternadamente A derecha é iz- quierda de la maroma, colocación que tiene por objeto formar la linea más estrecha posible para poder penetrar por la espesura sin grandes dificultades. Sólo en el caso de que la pieza sea pequeña es cuando se disponen los carabaos cu una fila únicamente. Antes es preciso abrir el carril ó callejón por donde ha de hacerse el arrastre, cortando con el boloc la vegetación que estorba. En algunas locali- dades desempeñan los carabaos tan rudo trabajo con una inteli- gencia y cuidado que recuerdan las célebres muías destinadas A iguales faenas en la Península. Es notable y curioso verlos engan- chados A la pieza, esperando atentos A que el canto entonado por los conductores llegue A ciertas notas conocidas por el animal para empezar el tiro, rompiendo entonces su marcha hasta que otras no- tas, también por ellos conocidas, les indicíin los altos, que ejecutan con gran precisión. En esta forma siguen su trayecto, sorteando ad- mirablemente los obstAculos del trAusito, sin aflojar en el tiro, resis- tiendo la sed y el hambre, difíciles de satisfacer durante el dia en ciertas localidades, y resintiéndose poco de la falta del baño y de la escabrosidad del terreno. Un buen carabao cuesta unos veinte duros. El arrastre termina en la orilla de algún rio flotable. La conduc- ción se hace después en balsas por este último. Si se trata de made- ras procedentes de provincias como la de Nueva Ecija, cruzada por algún rio que va A desaguar en la misma bahia de Manila, esta ter- cera operación es la última, pues las balsas llegan hasta el mismo mercado. Pero en la provincia de Tayabas y otras, después del arrastre hasta la orilla de algún rio, tiene que hacerse la conducción por éste en balsas hasta el punto de parada, y luego transportarlas también en balsas ó c milésimas, que es el más desfavorable, añadiendo Al milésimas, que es la mitad que tiene que «abonarse al armador, y 50 milésimas que hay que pagar á la Ha- cienda, suponiendo que la madera es de la clase superior ó primer grupo de la tarifa oficial, resulta que el valor del pie cúbico puesto en Manila, desde la provincia de Tayabas, asciende á 192 milésimas de peso. Ahora bien: ninguna de las maderas del primer grupo se vende en cualquier tiempo en Manila á menos de dos reales fuertes, ó sea de 250 milésimas de peso el pie cúbico, de modo que por cada una de dichas unidades le queda al maderero una ganancia liquida de 58 milésimas de peso, equivalentes á 29 céntimos de peseta, ó sea más de un real de vellón. Un maderero con mediano capital suele aprovechar al año de 80.000 á 90.000 pies cúbicos, y por consiguiente el negocio le rinde en igual período de 23.200 á 26.100 pesetas, ó lo que es lo mismo, de 4.610 á 5.220 pesos. Adviértase que estos cálcu- los están hechos tomando el máximum en los gastos y el mínimum en el precio de venta, y sin tener en cuenta que es muy frecuente el co- locar en Manila los cargamentos á precios que llegan á cuatro ó seis realas fuertes el pie cúbico, ó sea el duplo ó triple del de dos reales fuertes que nos ha servido de tipo para nuestros cálculos, en cuyo caso las ganancias se duplican ó triplican también. Pero el negocio de maderas en Filipinas ofrece mucho más amplio horizonte que aquel á que se halla reducido hoy, y puede ser mucho — u - más lucrativo dedicando á él grandes capitales. Al presente está en manos de nn corto número de especuladores, que, careciendo de grandes recursos, tienen con frecuencia que tomar dinero á rédito y no pueden desarrollar su tráfico en las proporciones convenientes. Eu tal situación, ni pueden traer brazos más activos y eficaces que'los del indio, ni sustraerse á las exigencias de éste, ni aprovechar bien el tiempo, ni surtir oportunamente los mercados. Sólo los grandes capitales sort los que pueden salvar todas esas dificultades, y abara- tando la mano de obra y los gastos de transporte, alcanzar un bene- ficio liquido muy superior al que actualmente suele obtenerse. ¿Qué es preciso hacer para esto? En primer lugar, un capitalista ó una empresa con grandes recur- sos que quisiese dedicarse al negocio de maderas, debiera escoger para el emplazamiento de las cortas alguna localidad en que hubiese vastas masas forestales todavía intactas ó poco explotadas, y que se extendieran hasta la misma costa del mar. En segundo lugar, debiera formar con braceros importados de otros paiscs verdaderas colonias forestales en los sitios de corta. En tercer lugar, debiera utilizar los adelantos de la mecánica, empleando en el apeo y arrastre de las piezas los elementos perfec- tos que ésta proporciona, para la mayor brevedad y economía en el trabajo. En cuarto lugar, debiera tener en los mercados ó puertos á que condujese los cargamentos, depósitos permanentes y constantemente, abastecidos de las maderas que el consumo demandase en cada loca- lidad. De esta suerte es indudable que la exportación de que se trata produciría excelentes resultados y pingües rendimientos. Respecto á la elección de emplazamiento para las cortas, claro es que aquélla debe subordinarse á la situación del mercado, procu- rando siempre que el transporte resulte lo más corto posible. Para surtir los mercados de China, la localidad más á propósito es, indu- dablemente, toda la vertiente de la provincia de Tayabas que cae hacia el Pacifico, comprendiendo las islas de Alabat y Calbalete. Ese territorio, que se extiende desde Mauban, por el O., hasta el rio Marlandón ó Vinas, por el E., tiene por límites al N. el mar Pacifico; al E. el río Vinas, que separa la provincia de Tayabas de la de Ca- marines Norte; al S. toda la divisoria que corre á lo largo de la pro- vincia de Tayabas, separando las aguas que vierten al Pacifico de las que se dirigen fñ mar de Mindoro, y por O. el límite de la pro- vincia de Tayabas con el distrito político-militar de la Infanta. En este vasto territorio, que mido unas cuarenta y ocho leguas cua- dradas, se encuentran enclavados los pueblos de Mauban, Atimonan, — !5 - Gumaca, López y Calagua. Los Arboles forman una masa no inte- rrumpida, llegando la vegetación hasta la misma playa, y consti- tuyen el vuelo las especies arbóreas más estimadas para ia cons- trucción civil y naval. De esta localidad á los puertos de China, la travesía se hace en tres ó cuatro días. Las existencias de estos bos- ques son inmensas. Hasta hace pocos años en que algún made- rero estableció la corta en la isla de Álabat. inmediata á la costa indicada, el hacha no habla penetrado en los bosques de la misma, encontrándose aquéllos, por tanto, todavía casi vírgenes. En cam- bio, en la costa de la provincia de Tayabas, bañada por el mar do Mindoro ó de Yisayas, la explotación ha sido tan grande y continua desde tiempos remotos, que sólo á largas distancias do los fondea- deros y en sitios de dificultosa extracción es donde quedan árboles de las especies más estimadas, siendo tal la devastación que los montes han sufrido allí, que los hacheros han tenido que abandonar esas localidades para trasladarse á las inmediatas al seno de Ragay, hasta ahora algo más respetadas. Establecidas las cortas en la costa Sur de Tayabas, los cargamentos para China han salido casi siem- pre de la misma, con el inmenso inconveniente de la mayor dis- tancia y do tener que pasar el estrecho de San Bernardino, dificul- toso y expuesto para la navegación, á fin de entrar en el mar Pací- fico y tomar el rumbo directo á Shanghai ó Emuy. Emplazando las cortas en la costa Norte, no sólo resultaría la explotación más fácil y económica, sino que el transporte desde el punto de corta al mer- cado quedaría reducido, como hemos dicho, á una navegación de tres ó cuatro días. El más importante de todos los obstáculos que es necesario vencer para que las explotaciones de maderas produzcan crecidas ganancias, es el de la sustitución del bracero indio por otro más activo, más sufrido, más inteligente y más íiel á sus compromisos. Que el indio sea refractario al trabajo y que, por tanto, rehuya los que son rudos y penosos, no es de extrañar, porque es consecuen- cia inmediata del clima enervante de aquellas islas y de la prodiga- lidad con que la Naturaleza le bi-inda sus dones. Para vencer esa indolencia es, pues, necesario emplear grandes estímulos, que con- sisten en anticipos de dinero. Ahora bien: toda paga anticipada es paga viciosa, y el indio se encarga de la demostración de esta verdad, pues son infinitos los recursos que emplea para eludir el cumplimiento de su compromiso, y grande el descuido con que eje- cuta su trabajo, la flojedad que demuestra y la malicia con que pro- cede; esto siempre que, burlando la vigilancia de los cabecillas ó acopladores, no huya con el dinero recibido, ocasionando al maderero pérdidas considerablcíi y haciendo necesarias largas y costosas dili- — 16 - gfeucias para sxi captura, cosa que no os muy fácil conseg-uir, tratán- dose de gentes acostumbradas á la vida de los bosques y que encuen- tran entre los demás indios seguro asilo y decidida protección. El capitalista ó la empresa que quiera obtener éxito en la explo- tación de maderas de los montes filipinos, debe, pues, importar braceros japoneses, tonkines ó chinos, excluyendo al indio. No so- mos nosotros entusiastas del chino, por más que reconozcamos y aplaudamos su laboriosidad, inteligencia y economia; pero tampoco creemos que debe prohibirse en absoluto su inmigración en Filipi- nas, bastando someterla á ciertas condiciones. En tanto que se les deje ampararse del comercio en pequeña escala y de casi todas las industrias y ofícios, y al mismo tiempo se les admita en las contra- tas de los servicios y arbitrios públicos, el indígena arrastrará una existencia penosa, viéndose subyugado por esos extranjeros, con los cuales no les es posible competir. En cuanto á la riqueza del país, la inmigración china en las condiciones en que hoy se verifica, no sólo no contribuye á aumentarla, puesto que los chinos no hacen más que atesorar para llevarse sus capitales á su propia patria, A donde todos vuelven más ó menos pronto, sino que la están arrui- nando, porque dedicados al acopio de frutos y cegados por la ambi- ción, mixtifican y adulteran todos los que pasan por sus manos, como el añil, el arroz, el café y el tabaco, consiguiendo de este modo el descrédito de los artículos filipinos en todos los mercados extranjeros. La cuestión de la inmigración cliina en el Archipiélago merece, en nuestro concepto, especial atención y exige pronto remedio. Lle- gan ya á 120.r00 los chinos que en las islas existen, constituyendo un serio peligro en el orden político, un elemento de corrupción en el orden moral v una causa de abatimiento en el orden económico. Estos males irán adquiriendo mayores proporciones si nada se hace para atajarlos, como lo han hecho todas las demás naciones que se han en- contrado en el mismo caso. El Gobierno de Washington está nego- ciando al presente, por mediación del Ministro chino acreditado cerca del mismo, un tratado por el cual queda en absoluto prohibida, por un periodo de veinticinco años, la inmigración de trabajadores chinos en el territorio de aquella República; en Java se prohibe á los chinos la residencia en el pais, á menos de aceptar la nacionalidad holan- desa; en Australia no puede desembarcar chino alguno sin manifestar previamente que cuenta con un capital de 10 libras esterlinas; en Singapore y los Estrechos se les somete á cargas generales propor- cionalmente impuestas por la Administración; en el Canadá impera un régimen no menos coercitivo; en Cochinchina, los Residentes fran- ceses han expuesto al Gobernador general la conveniencia de no - 17 - admitir á los gremios chinos ea las subastas de obras públicas, y auu de no emplearlos como trabajadores cu ellas, si no es con ciertas restricciones; en nuestra isla de Cuba, la preponderancia que los chinos van adquiriendo e^ ya causa de disgustó y malestar entre todas las clases sociales. Por lo expuesto se ve que la afluencia de chinos provoca en todas partes grandes conflictos. Hoy dia, puede decirse que á los chinos, rechazados en todas partes, no les queda más refugio que las islas Filipinas. Esta circiinstancia determina tan cre- ciente progresión en el número de esos extranjeros que acuden á nuestro Archipiélago, que en breve se harAn dueños de toda la vida comercial é industrial del mismo. En nuestro concepto, el mal debe conjurarse prohibiéndoles con todo rigor dedicarse al comercio y A las contratas de arbitrios y servicios públicos, sin permitirles más que el ejercicio de la agricultura, de las artes mecánicas y los trabajos de carga y descarga ó de conducción de mercancías, asi como todos los demás que sólo exigen fuerza corporal y no se prestan al fraude, la mixtificación y la mala fe. De este modo la inmigración china, hoy tau nociva para las Islas, se convertirla en eficaz elemento de pros- peridad material para aquel país, tan escaso de población y que tantos tesoros encierra. Entre éstos figuran los montes, cuya explo- tación con braceros chinos, sintema que no es nuevo, puesto que ya ha sido aplicado en la explotación de las minas de cobre de Mancay an, daría indudablemente excelentes resultados. Lo expuesto anteriormente acerca del procedimiento que so sigue y de los medios que se emplean actualmente en la explotación de los montes de Filipinas, es suficiente para dar una idea exacta del atraso que impera en todo lo que se refiere á instrumentos y aparatos para la ejecución do las operaciones. El hacha y el boloc, toscamente fa- bricados, son las únicas herramientas que el indígena usa para el apeo y labra de los árboles, tala de malezas y corte de canas para la formación de balsas; los polines y palancas, los únicos auxiliares de que se vale para mover las piezas; la fuerza del carabao ó la de su propio brazo, la única que emplea para arrástratelas; el bejuco, la única materia con que forma los cables y maromas que le son nece- sarias. Excluidas están de allí, con contadas excepciones, las sierras de mano, y en absoluto las mecánicas, las hachas de formas adecuadas á las diferentes labores, las azuelas de mano, cepillos y demás ins- trumentos propios para la labra; los carretones trinquivales y ca- minos de carriles de madera ó hierro para el transporte, los pies de gato y cabrias para elevar las piezas; y ni remota esperanza hay de que lleguen á aplicarse las máquinas con motor de vapor, re- cientemente inventadas en Inglaterra para el apeo de los árboles, por niás que si en algún punto pudiera ser fácil y exenta de incouve- - 18 - nientes sa adopción. es en los bosques filipinos, en donde el suelo es poco accidentado y no ofrece pendientes de gran consideración. No hemos de insistir en las grandes ventajas que la aplicación de estos poderosos medios mecánicos producirla. Con ellos se consegui- rla un ahorro extraordinario de gastos y de tiempo y una transfor- mación completa en las condiciones del trabajo, el cual, más fácil, más activo y más perfecto, permitiría aprovechar mejor las existen- cias de los montes, sin la gran pérdida que para los mismos y para los intereses del maderero representa esc sistema completamente empírico y rudimentario, único que hasta hoy dia se viene siguiendo. Otra condición indispensable para que la explotación de maderas en Filipinas pueda establecerse en grande escala y producir cuan- tiosos beneficios es, por último, la de que el capitalista ó la empresa explotadora tengan en los mercados del extranjero almacenes ó de- pósitos que estén constantemente surtidos, á fin de que puedan sa- tisfacer oportunamente la demanda. Hallándose el que suscribe en 1879 en Filipinas al frente déla inspección general de Montes, se dirigió á los Cónsules españoles de Shanghai y Emuy^, en solicitud de noticias exactas acerca del co- mercio de maderas en aquellas ciudades. El Cónsul de Shanghai contestó, entre otras cosas, lo siguiente: < Con frecuencia sucede que el Gobierno chino envía comisionados á este puerto á comprar maderas para construcciones navales y para la edificación de templos, y lo primero que dichos comisionados piden son maderas de Filipinas, que casi nunca se encuentran en el mercado, por cuya razón se dirigen á casas inglesas que se las pro- porcionan de Singapore y Australi<á por haber aquí grandes depósi- tos, perdiendo el comercio español una ocasión propicia para dar salida á las excelentes maderas de Filipinas. »Se puede asegurar, casi sin temor de equivocarse, que si en Shanghai hubiera dos ó tres casas españolas que tuvieran un buen depósito de maderas de Filipinas, harían indudablemente excelentes contratos con los arsenales del imperio, porque hay que tener en cuenta que los que necesitan maderas en determinada ocasión no pueden esperar cinco ó seis meses, que €s el tiempo que se necesita para cortarlas y traerlas á Shanghai, por lo que se hace preciso que aqui haya siempre un depósito constante. »La manera de hacer los negocios de maderas los navieros espa- ñoles es sumamente irregular. En el año de 1876, se presentó en este puerto la barca española Rita con un excelente cargamento de maderas, pero dicho buque, ni tenía consignatario ni sabía si en Shanghai había ó no abundancia de maderas en el mercado. Conse- cuencia de ello íué, que llegó el buque cuando había abundantes -~ 19 - existencias, siendo el precio el de 45 cótitinios de peso el pie cúbico, y como el Capitán lo encontró demasiado bajo, prefirió hipotecar el cargamento en uno de los establecimientos do crédito de la ciudad. Como no podía menos de suceder, llegó el vencimiento, y no pu- diendo el Capit&n satisfacer su deuda al Banco, fué vendida la ma- dera & 35 céntimos de peso el pie cúbico para reintegro del préstamo é intereses. »Con casos como el que acabo de citar, no es fácil hacer buenos negocios, y culpa es del comercio español si encuentra dificultades en las transacciones.» De los datos suministrados en aquella ocasión por el mismo fun' clonarlo, resultaba también que la importación anual de maderas de construcción de Shanghai representaba un valor de más do cua- tro millones de pesetas; que las maderas importadas procedían de Singapore, Australia, Canadá, Estados Unidos de América, Japón, Siam, Hongkong y Filipinas; que el mayor consumo consistía en las de Australia, Singapore, Canadá y Hongkong, si bien las de este último punto procedían de depósitos de maderas de Siam allí exis- tentes; que el mayor consumo de esUis procedencias no era debido á la superior calidad de las maderas, sino á la facilidad en servir los pedidos por haber depósitos bien provistos; y por último, que las maderas de Filipinas, á pesar de sus excelentes cualidades, eran las que representaban la cifra más baja en el consumo. £1 Cónsul de Emuy nos contestó también facilitándonos algunas noticias, de las cuales resultaba que la importación anual de made- ras de construcción en aquel puerto era de unas 25.000 piezas, mi- diendo un millón de pies cúbicos y representando un valor de 80.000 pesos. El mayor consumo es allí de pino blanco (Sam kok) proce- dente de otros puntos de China. De Formosa se importa también en Emuy madera para la construcción de los juncos ó champanes chi- nos, y de Siam la teca (Teak) necesaria para la reparación de los buque: europeos ó extranjeros. El precio de esta última es de 1,50 á 2 pesos el pie cúbico, según el pedido. De lo expuesto se deduce, en primer lugar, que los puertos chinos son mercados de extraordinaria importancia, en los cuales sería fácil dominar, dadas las excelentes cualidades de las maderas fili- pinas y lo económico del transporte, si en ellos se estableciesen grandes depósitos ó almacenes que permitiesen servir sin dilación- todos los pedidos. En segundo lugar, que en dichos mercados los precios de las ma- deras son comúnmente bastante altos, puesto que hemos visto que aun £iendo grande la abundancia que de ellas había á la llegada á Shanghai de la barca Bitaj hubiera podido venderse su carga- - 20 - mentó á 45 céntimos de i^eso el pie cúbico. Ahora bien^ antes hemos dicho que las maderas de Tayabas puestas en Manila y vendidas al precio inñmo de 25 céntimos de peso, dejan una ganancia liquida de más de un real de vellón por pie cúbico. La diferencia entre esc precio de 25 céntimos y el de 45, que es el más bajo en Shanghai, basta para asegurar una respetable ganancia, á pesar del aumento consiguiente de los gastos de flete, y si el Capitán de la Bita prefirió hipotecar el cargamento en lugar de venderlo á 45 céntimos de peso el pie cúbico, no fué seguramente por evitar una pérdida, sino por la codicia de mayor lucro. Por lo demás, si el precio de las maderas en Shanghai no baja de 45 céntimos de peso el pie cúbico, aun es- tando tan provisto el mercado, claro es que en circunstancias menos desfavorables pueden esperarse con fundamento ganancias mucho más considerables. En cuanto al mercado de Erauy, de los datos anteriores resulta que la madera de teca se vende allí de 1,5:0 á 2 pesos el pie cúbico. El molave de Filipinas, no sólo puede competir con la teca, sino que hasta la supera para muchas aplicaciones, y vendiéndola al mismo precio rendiría una ganancia exorbitante. Estas observaciones son, á nuestro juicio, de grande importanci«a para el desarrollo del comercio de maderas filipinas en China, sobre todo teniendo en cuenta las condiciones de este imperio. Las anti- guas murallas con que la ignorancia y la superstición le mantenían aislado del resto del mundo, se están derrumbando cada dia cou mayor rapidez á impulso de los incesantes esfuerzos de la moderna civilización. La nación china ha comenzado ya á entrar en el con- cierto de las demAs naciones civilizadas y está á punto de sufrir una transformación no menos completa que la tan rápidamente ex- perimentada por el Japón. Los progresos materiales se implantarán allí necesariamente, y la construcción de buques y de ferrocarriles dará lugar á un consumo enorme de maderas. El negocio maderero que aun hoy dia mismo puede ser muy lucrativo, ofrece positiva- mente un inmejorable porvenir. Bien merece, pues, que los capita- listas fijen su atención en él y que aprovechen tan favorables circuns- tancias, alcanzando grandes beneficios y contribuyendo, al propio tiempo, al engrandecimiento y prosperidad del Archipiélago filipino. Pero hasta ahora no nos hemos ocupado más que del mercado in- terior y del de China, y las maderas filipinas son susceptibles, en nuestro concepto, de ventajosa colocación en América y Europa. Hay muchas gentes que, teniendo una idea equivocada de la ri- queza forestal de los Estados Unidos de América, suponen que los montes de aquella nación encierran existencias inagotables. Por de pronto, aquel país dista mucho de figurar en lugar preferente por la extensión de sus montes, pues la superficie de éstos en relación ~ 21 — con la total del territorio no pasa de un 25 por 100, mientras que en Alemania es de 26,5 por 100; en Rusia de un 40 por ICO; en Suecia de un 60 por 100 y en Noruega de un 66 por 100. En segundo lugar, la distribución de las masas leñosas es alli tan irregular, que mientras la proporción parcial en cada Estado ó territorio llega & un 60 por 100 en los de Alabama y Carolina del Norte, no alcanza á un 10 por 100 en los de Nevada, Arizona, Colorado, Indiana, Nuevo México, Utah, Wyoming, Dakota y California, descendiendo en este último Estado k un 4,1 por lOü. Por último, el consumo de maderas en la misma República alcanza á una cifra tan elevada, que la Prensa ha dado ya hace muchos años la voz de alarma, advirtiendo que dentro de un periodo no muy largo se llegará al agotamiento completo de las exis- tencias maderables: y esta opinión, corroborada por la de autorida- des científicas, que augu|*an por tal motivo grandes conflictos y es- caseces, ha puesto al Congreso en la necesidad de fijar la atención sobre este asunto y de disponer que se hagan estudios minuciosos acerca del régimen forestal de otros paises y de la organización de lina administración facultativa análoga á la que existe en todas las naciones europeas. Otra circunstancia más importante todavía debe tenerse en cuenta. Las especies arbóreas que constituyen los montes del Norte de América son principalmente el pino y otras coniferas, cuyas ma- deras son poco adecuadas á las necesidades de machas industrias por su poca resistencia y dui*ación. En el mismo Canadá, en donde la flora forestal es más variada, además de haber disminuido mucho las existencias, sólo se obtienen maderas que adolecen del defecto de ser muy blandas y porosas, como se observó ya en la Exposición de Londres de 1862; asi es que son poco á propósito para la construcción naval y otras aplicaciones. No importa, pues, que existan todavía en la América del Norte grandes masas forestales para que pueda es- perarse con fundamento que las maderas de Filipinas encuentren allí sañda. Hace ya algunos años lob constructores de buques de Newcastle pidieron muestras de maderas de Filipinas para poder apreciar si les convendría su consumo. Nosotros entendemos que las explota- ciones en grande escala permitirían abaratar las maderas hasta un punto que haría posible su colocación en Inglaterra. Hoy día la teca procedente de la costa oriental del Golfo de Bengala, que invierten dichos constructores en su industria, la pagan, puesta en Inglaterra, de 22 á 24 céntimos de libra esterlina el pie cúbico, ó sea de 5,25 á 5,72 pesetas, resultando para el pie cúbico español de 4,78 á 5,22 pesetas, y este precio es ya suficiente para compensar el aumento de gastos consiguiente á la mayor duración del viaje y para dejar — :¿2 - lina pequeña <^nnancift. En cuanto íi la competencia con la teca de la India inglesa, no es temible, porque el molave, como hemos dicho anteriormente, la iguala, si no la aventaja, en buenas cualidades para la construcción naval. También puede afirmarse, casi con completa seguridad, que en nuestra misma Península serla ventajoso el empleo de maderas fili- pinas para ciertos usos. Nuestros ferrocarriles consumen traviesas de roble y pino. Las dimensioues oficiales de cada traviesa son de 2,80 metros de largo por 0,24 de ancho y de 0,13 á 0, 15 de grueso, resultando un volumen de 87 decímetros y 36 centímetros cúbicos, equivalentes á 4,03*7 pies cúbicos españoles. El precio de las traviesas de pino es de 3,50 A 4 pesetas una, y la.«v de roble se pagan de 7,50 á 8 pesetas. Antes hemos visto que la« maderas puestas en Manila, y después de pagada la cantidad que percibe la Administración pública, resul- tan á 192 milésimas de peso el pie cúbico. Cada traviesa puesta en Manila saldría, pues, á 775 milésimas de peso, 3' como el flete hasta España, según noticia suministrada por persona competente, vendría á ser de un peso por traviesa, ésta costaría en la Penín- sula 1 peso 755 milésimas, ó sean 8 pesetas y 87 céntimos, esto es, sólo 87 céntimos de peseta más que las de roble. Pero, aparte de que el precio del roble va aumentando, hay que tener en cuenta que las traviesas de maderas filipinas, especialmente las de Bañaba, Bolon- gita, Camagon, Dungon, Ipil, Molavo, Tindalo y Yacal, serian de más duración que las de roble por sus excelentes cualidades, de suerte que esa mayor duración, no sólo compensarla el aumento de gasto, sino que determinarla una economía efectiva. En cuanto á las traviesas de pino, no cabe duda alguna que seria muy venta- joso el sustituirlas por maderas filipinas, puesto que las traviesas de pino tienen que renovarse cada cinco ó seis años, mientras que las de maderas filipinas durarían cuatro ó cinco veces más. Enun periodo de veinticuatro años aquéllas tienen que renovarse cuatro veces cuando menos, viniendo á producir un gasto de 16 pesetas, mientras que una traviesa de maderas filipinas, sin costar más que 8 pesetas 87 céntimos, duraría el mismo número de años. La explota- ción para la extracción de traviesas ó maderas de construcción naval para España ú otras naciones de Europa, convendría establecerla en la isla de Masbate, en las de Tablas, ú otras de las Visayas, pero no en la costa Norte de Tayabas, puesto que entonces seria precisó que los barcos diesen una gran vuelta por el Norte de la isla de Luzón ó por el estrecho de San Bernardino, para tomar su derrotero hacia Europa. Resumiendo todo lo expuesto, resulta: 1." Que las existencias de los montes filipinos son realmente in- — 2:$ - mensas y de extraordinario valor por laa cxcclontc-s cualidades do Ih» maderas de que se componen para toda clase de aplicaciones y especialmente para construcción civil y naval. 2.° Que la explotación de esas maderas es fácil y puede ser muy lucrativa empleando el capital necesario. 3.® Que las cortas deben establecerse en las localidades más ade- cuadas por su situación y estado del vuelo, conviniendo verificarlo en la costa septentrional de la provincia de Tayabas, para surtir los mercados de China, y en las islas de Masbate, Tablas \i otras de las Visayas, cuando la exportación haya de ser para Europa. 4.^ Que para los trabajos deben formarse en los lug^ares de cor- tas colonias forestales con braceros tonkines, japoneses ó chinos. 5.*^ Que para la corta, transporte y extracción de las maderas deben emplearse instrumentos, aparatos ó máquinas que produzcan el consiguiente ahorro de tiempo y dinero. 6." Que es necesario tener en los mercados de China y en los demás á que sean conducidas las maderas, almacenes ó depósitos constantemente surtidos de las preferidas en la localidad, á ñn de poder servir en el acto los pedidos. Bajo estas bases, repetimos que el negocio de maderas es en Filipinas de un éxito seguro. Mediten, pues, sobre lo expuesto los capitalistas que puedan plantearlo, comprueben los datos anterio- res, hagan ensayos, amjlien nuestras noticias, y, en una palabra, procuren estudiar el asunto con detenimiento. Si asi lo hiciesen, te- nemos la convicción de que verían confirmadas todas nuestras afir: maciones y que se decidirían á emprender una especulación que lan provechosa puede ser. Por nuestra parte, únicamente deseamos que las consideraciones expuestas puedan contribuir á tan feliz resultado, no sólo por el vivo interés que nos inspira el Archipiélago filipino, digno verdade- ramente del engrandecimiento y prosperidad que pueden propor- cionarle los grandes elementos de riqueza que en su seno encierra, sino también para honra y provecho de nuestra patria, que si en el orden moral es la nación civilizadora por excelencia, se encuentra en el orden material en situación muy desventajosa respecto á In- glaterra y Holanda, que tan productivas han sabido hacer las po- sesiones que tienen en aquellos mismos mares. Abril 18S9. WINGO BOOKS 3907 W Street N.W. Washington 7, D.C. "I — ?*- í :